María Lejárraga, la escritora sin firma

María de la O Lejárraga, maestra, escritora, feminista, primera mujer diputada por Granada, experta traductora y, ante todo, amante esposa.



María Lejárraga en la portada de un libro sobre ella

Coautora de todas las obras de teatro de su esposo, Gregorio Martínez Sierra. Ninguna de ellas lleva su firma. Aunque entre los ámbitos culturales se rumoreaba la verdadera autoría de las obras, solo lo admitieron públicamente muchos años después.

A su labor literaria hay que sumar el importante cometido que mantuvo en la política y defendiendo causas sociales. Apasionada por el teatro, la docencia y la literatura, fue una feminista convencida. Se afilió al Partido Socialista Obrero Español y fue nombrada diputada por Granada.

Mujer y escritora a finales del siglo XIX y principios del XX


Nacida en 1874, vivió una época en que la mujer estaba totalmente supeditada al padre o al marido, y en la que el acceso a la cultura en general, y al mundo literario en particular, estaba muy mermado para la mujer, pese a ello, María Lejárraga consiguió ser una mujer muy formada, de gran inteligencia y sentido crítico.


María Lejárraga en la juventud


Amiga de escritores, poetas y dramaturgos de la talla de Juan Ramón Jiménez, Valle Inclán, Jacinto Benavente, Rubén Darío, o su admirado, don Benito Pérez Galdós, que consideraba su maestro dramático.

También se hallaban entre ellos, el pintor, escritor y dramaturgo catalán, Santiago Rusiñol, que declaró: “María no es una mujer: es un amigo”. Y el compositor Manuel de Falla, para quien escribió el libreto de El amor brujo y El corregidor y la molinera.

La escritora que renunció a firmar sus obras literarias


Las razones del porqué María Lejárraga decidió no firmar sus obras son varias. Según sus propias palabras en su libro Gregorio y yo, y a resultas de la falta de entusiasmo de sus padres ante su primer libro, dice “Tomé (interiormente, como es mi costumbre) formidable rabieta, y juré por todos mis dioses mayores y menores: '¡No volveréis jamás a ver mi nombre impreso en la portada de un libro!’”.

Otra radicaba en el hecho de ser maestra de escuela, y debido a la mentalidad de la época referente a la decencia y honestidad de las mujeres, y a la dudosa fama que solían portar las mujeres que se dedicaban a la literatura. Creyó más oportuno no figurar en sus obras.

Y, por último, la razón más romántica y, probablemente, la más fuerte de todas, fue el hecho de su apasionado amor hacía su esposo. Respecto a esto decía María “… Casada, joven y feliz, acometióme ese orgullo de humildad que domina a toda mujer cuando quiere de veras a un hombre. Pues que nuestras obras son hijas de legítimo matrimonio, con el nombre del padre tienen honra bastante”.

Al margen de lo expuesto, las verdaderas razones por las que una mujer con madura sensatez y gran inteligencia, como era María, fuera capaz de renunciar a este derecho, es muy difícil de entender en la actualidad por la mayoría de escritores, sobre todo mujeres.

Se inclinan a pensar que se debería, además del gran amor que profesaba a su esposo, a la época de gran represión hacia la mujer. Ya que de esta forma pudo difundir de una manera más ostensible su obra, evitando el prejuicio existente hacía las mujeres escritoras.

El feminismo de principios del siglo XX y María Lejárraga


En la España de 1930, el analfabetismo entre mujeres era el 47%, y hasta el 1 de octubre de 1931 no se implantó el voto femenino en las urnas, por una escasa diferencia de 40 votos, pese a que los parlamentarios eran de tendencia izquierdista.

Por todo ello, esta pionera del movimiento feminista, defensora del acercamiento de la cultura a la mujer de clase media, comenzó su activismo en el año 1925, y fue una luchadora impenitente para que la situación de la mujer cambiara, llegando a declarar que las mujeres necesitaban educación e independencia para poder liberarse de la tiranía con que la ley las sometía y sujetaba al hombre.

En la lucha para conseguir el voto femenino, María constituyó un apoyo muy importante para la abogada y diputada Clara Campoamor, que protagonizó duros debates parlamentarios para conseguir este fin.

Preocupada por la pobre educación que en España recibían las mujeres, en el año 1931 fundó la Asociación Femenina de Educación Cívica, para fomentar la cultura de la mujer, en especial a la incluida en la clase media trabajadora.


María Lejárraga y el Partido Socialista Obrero Español


En el año 1931 ingresó en el Partido Socialista Obrero Español, lo que años más tarde le obligó a exiliarse fuera de España.



Sus inicios socialistas se debieron, según sus propias palabras, a su primer viaje al extranjero siendo estudiante de pedagogía, cuando descubrió la lucha conjunta de trabajadores y jóvenes de clase media, y conoció por primera vez una Casa del Pueblo. María dijo “Bélgica fue mi iniciadora al socialismo”.

En su labor política María fue elegida diputada por Granada en el año 1933, y aprovechó para que en las Cortes Republicanas se oyeran sus declaraciones a favor de la igualdad y la justicia social. Estando en el exilio y convertida en una anciana, María escribiría “Las mujeres socialistas debemos enseñar, enseñar sobre todo una asignatura única: la solidaridad humana”.

Su etapa en la Argentina. María Lejárraga en el exilio


Después de estallar la guerra civil española en el año 1936, María Lejárraga es enviada a Suiza como agregada de la embajada. Posteriormente acude a Bélgica, donde se hace cargo de miles de niños refugiados. Más tarde a Francia, Nueva York, México y finalmente Argentina, país donde vivió los últimos veinticuatro años de su larga vida.

En este país publicó sus memorias Una mujer por los caminos de España y Gregorio y yo, medio siglo de colaboración.

Y en Buenos Aires murió esta intelectual y discreta mujer, que, según diversas opiniones de personas que la conocieron, antepuso el amor y la concordia a cualquier otra cosa




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